martes, 24 de abril de 2012



Yo ya sé quién es el enemigo: mi mente.


La mente siempre juega mala pasadas y ahora que soy una gorda, creo que el sentimiento de saciedad ha dejado de existir para mi, simplemente ese tope que te decía que no más desapareció. Sin más. Al sentimiento que me acompaña de noche y de día de tener hambre, se me junta el ir adelantada una comida, mientras como, pienso lo que voy a cenar; mientras ceno, las tostadas del desayuno con aceite de oliva extra y tomate restregao que me meteré entre pecho y espalda al nuevo día. Soy como una yonki de la comida que se ha metido en un círculo vicioso que ve dificultoso salir y que necesita una dosis de hidratos para solventar el día con un poco de alegría. A veces me imagino como una cobaya en una rueda giratoria cada vez que voy al supermercado, incluso siento la mirada pesada sobre mi espalda del guardia de seguridad, como si me recriminase que esta semana tampoco sobreviviré a la dieta.



Pero un día tengo que volver a empezar.


Tal vez sea este.

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